En una reciente discusión con unos amigos debatíamos sobre el valor intrínseco de los productos, ellos defendían la existencia de productos nobles y de otros de menor entidad a partir del ejemplo de que un solomillo siempre será mejor que unas manitas de cerdo puesto que estas últimas son casquería, despojos o como lo queráis llamar y el solomillo es una carne noble, de primera y sin grasa.
Mi postura, como podréis suponer, era la opuesta, cualquier producto puede llegar a ser excelso en si mismo. No me cabe duda de que dentro de un mismo producto haya calidades diferentes y sé que no es lo mismo un jamón de cerdo ibérico gran reserva de bellota que una pata de cerdo curada de mala forma. Hasta ahí de acuerdo. Pero ¿porque ha de ser más noble un solomillo que un guisante? prefiero mil veces unos guisantes excelsos, del Maresme o del Goierri que un chuletón de carne de segunda categoría, o aunque sea de primera, en cada momento preferiré uno u otro, no considero que un producto sea mejor o peor que otro si ambos son excelsos y están en su plenitud.
No creo que un producto sea superior a otro porque sí, yo por supuesto tengo mis preferencias, pero estas dependen de mis gustos, no del supuesto valor establecido por el mercado, la tradición o algún gurú gastronómico y prefiero mil veces unas sardinas a una langosta y aunque no desprecio esta última (de echo me encanta) os aseguro que si las sardinas costasen diez veces más (que lo costarán) se las consideraría un manjar de dioses.
Ya decía Julio Camba en La Casa de Lúculo
Los grandes magnates se consideran por su condición en el caso ineludible de comer siempre lo más caro, renunciando frecuentemente a lo mejor
Pienso que hay mucho papanatismo, esnobismo y nuevorriquismo en esto de la gastronomía y comemos más de oidas que otra cosa. Cuantos foies infumables, bogavantes canadienses y caviares de tres al cuarto nos tomamos despreciando simples boquerones, morcillos o acelgas de primera categoría infinitamente más frescos y sabrosos que los pretenciosamente supuestos manjares.
Nopisto
Esta vez si comparto todo lo que comentas, sobretodo lo de snobs y nuevos ricos de la gastronomía.
Hemos vivido las últimas décadas en la abundancia, en el sentido de que no hemos pasado hambre. Eso implica en las mentes más débiles, cómodas y menos inquietas, haber desarrollado un instinto hacia lo fácil, peligrosamente inclinado hacia lo bien visto.
La consecuencia final es que actualmente está rondando los mercados una generación de consumidores a quienes no les gusta casi nada. Sólo disfrutan con unas cuantas cosas, habitualmente de alto nivel y sus frases más pronunciadas son por ejemplo: «no me gusta el tomate», «no soporto el pepino ni el pimiento», «odio el hígado» o «caracoles, no gracias».
En fin, considero un poco desgraciados a aquellos que no sean capaces de disfrutar de cualquier cosa que se encuentre en el mercado (cuestiones alérgicas y culturales aparte, lo de los gusanos e insectos es otra cosa), un defecto educacional, algo que los convierte en gastrónomos de risa.
El buen gastrónomo es aquel que ha educado su cerebro para ser capaz de disfrutar de (casi) todo.
Viva la casquería.
En realidad, creo que la cita es: «Sólo el necio confunde valor y precio»
pisto 😉
Estoy de acuerdo contigo, en todo, aunque a veces me mueve el egoismo y deseo que los snobs sigan pidiendo tonterías y no descubran nunca ciertas cosas, mas que nada para que no suba el precio. Lo que dices de las sardinas es verdad, subirán, y es que es el pescado fetiche de Arola, y los pijos lo van a saber, y todos como locos a comprarlas, lo mismo sucedió con el «corball» (no se el nombre en castellano), las «bujies» o «cigalas reales» que antes se tiraban este fin de semana estaban a 44€ en la Boqueria, las galeras…y tantas y tantas cosas.
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