Qué bonitos los mercados antiguos, con sus puestos tradicionales, sus mercancías colocadas sobre los bancos de madera. Las aldeanas que llegan con las primeras luces de la mañana y se sientan de forma provisional sobre una caja de botellas de Kas Naranja mientras ofrecen los productos de su huerta al viandante.
¿Dónde, si no, podemos encontrar esas lechugas, tomates o patatas locales. La única mercancía que no ha pasado ni por mayoristas, ni por cámaras frigoríficas. Productos que han dormido al raso, sin la protección de una reconfortante bóveda de plástico.
Pero al mismo tiempo más auténticos. Donde las manzanas se venden por su procedencia y no por la marca del envasador. Y, además, no llevan capa de cera para que luzcan más. Manzanas que no son bonitas a la vista pero sí a la nariz y al paladar. Manzanas, en definitiva, de las que maduran en los árboles y no en un camión refrigerado.
Y, ¿qué decir de esas balanzas cuyas mediciones son acto de fé? Donde el peso exacto se decide antes de que el fiel se haya llegado a detener pero, ¡quién se pone a discutir con la tendera! si lleva poniéndote la fruta desde hace más de 20 años y nunca te ha puesto una pieza estropeada.
La balanza lleva treinta años anclada al suelo del mercado y, a pesar de que es cuidada con esmero y tapada cuidadosamente tras cada día de servicio, empieza ya a mostrar signos de óxido en los laterales. El plato, sin embargo, brilla por el paso diario de cientos de bolsas con mercancía que han ido bruñendo el metal. Desgastándolo partícula a partícula hasta que, un día, se rompen. Como el mercado en sí. Que de tanto usarlo lo gastamos, lo tiramos y construímos uno más alto, más nuevo, más luminoso y con mejores condiciones higiénicas. Pero sin la mitad de encanto.
Supongo que a todos nos gusta comprar en aquellos lugares con el mejor género, el mejor servicio, los mejores precios y las mejores condiciones. Si, además, tiene un servicio de parking… mucho mejor. Pero, de vez en cuando, darse una vuelta por un mercado tradicional es necesario para reencontrarse con los recuerdos de la infancia.
pisto.
Tienes razón, pisto, en los mercados tradicionales es donde se compran los mejores productos de la huerta, con diferencia y además de la mano de sus propios productores.
De todas formas, tampoco es tan malo que reformen los mercados, más bien es necesario, siempre que mantengan el espíritu original. Y me consta que es así, salvo alguna excepción, que sin duda la habrá.
Ahora podemos disfrutar de muchos mercados reformados. Más amplios, más limpios, más luminosos e incluso con parking, sin perder nada de su encanto. Doy fe de ello.