Bar Barbiana en Sanlúcar de Barrameda

Los hay que hacen suya aquella mardita frase que reza que «del Duero para abajo no se puede comer bien». Padre, perdónales, porque no saben lo que dicen. Qué hay de esas maravillosas berenjenas fritas con miel de Córdoba, esos chanquetes de Málaga, todo ese maravilloso pescado y marisco de la provincia de Cádiz.

Justo ahí nos detenemos hoy, en la muy honorable villa de Sanlúcar de Barrameda, patria de la Manzanilla de Sanlúcar, uno de los vinos más infravalorados del mundo, y a precios prácticamente de risa. ¿Cuántas ciudades de nuestro país pueden presumir de tener, en una sóla plaza (la del Cabildo), tres establecimientos donde la tapa y la ración alcanzan alturas imposibles?

Hoy nos detenemos en el Bar Barbiana, en la parte más alta de la Plaza del Cabildo, ya subiendo hacia la parte alta de la ciudad, prácticamente propiedad de los Barbadillo.

No nos encontramos ante un establecimiento donde prime el servicio detallista, la mejor vajilla y una bodega que se representa en un tomo de 500 páginas. No. Aquí se viene a tomar «un vaso de vino». Y, si puede ser, unos langostinos de Sanlucar como los de la foto:

¿Hace falta algún comentario? Jugosos. Frescos, con ese sabor pronunciado que marida perfectamente con la Manzanilla que sale diréctamente de los toneles del bar. Sólo se puede entender si se sienta uno en la terraza y los prueba.

Otro plato emblemático de la zona son las papas aliñás con melva. La melva es un túnido de los que en la zona se siguen pescando mediante el arte de la almadraba. Considerado un túnido menor, en este bar el plato de papas aliñás te demuestra que el arte andaluz no se acaba ni mucho menos en el flamenco. Jodó que papas más suaves, qué aliño, que profundidad de sabores en la boca. Otro vino, por favor.

Y, para terminar, ¿qué hay de esas tortillitas de camarones que cristalizan en el mejor aceite de oliva y que rompen en la boca pidiendo a gritos el tercer vaso de vino?

Un buen amigo mío me dió en su día esta receta:

En teoría esto es con camarones vivos. Pero como no os veo muy duchos en el noble arte de cogerlos con la bajamar, asumamos que vais a usar cadáveres:

-1 vaso de camarones
-1 vaso de harina de trigo
-1 vaso de harina de garbanzos
-1 vaso de cebolla y perejil fínamente picados
-2 vasos de agua
-Aceite del olivo que plantó Lope de Vega cuando estaba pensando en tirarse a otra doncella
-sal

Se mezclan todos los ingredientes -no me formen grumos, oíganme-. Se deja reposar la masa 2 o 3 horas en sitio templado.

Aluego, se empiezan a freir las tortillas en sarten amplia y plana (1 dedo de aceite). Una vez caliente el aceite, tomamos con dos cojones una cucharada sopera llena de masa y empezamos a tirar (no a la suegra, please) de golpe a la sarten las tortillas para que se esparzan, dandoles vueltas cuando estén doradas por un lado.

Y así las veces que os salga de los mismos güevos.

A estas alturas, ya sólo nos queda pedir… «otro vaso de vino».

pisto