¿Por qué es tan violento comer (o cenar) solo en un restaurante? La vida de un viajante es dura, por supuesto, pero una parte de esa dureza es tener que comer solo. Los ves sentados a la mesa y te parece estar viendo un cuadro de Edward Hopper. Una escena tenebrista, de miradas que no se encuentran. A veces leyendo un diario. Normalmente incómodos.
Una botella de vino es mucho. No te apetece comer con agua. La cerveza está bien pero prefieres el vino. No puedes hablar con nadie y cuando el camarero te atiende la conversación parece más forzada que nunca. La naturalidad ha desaparecido de la escena, por arte de magia.
¿Qué pides? ¿Una entrada y un plato principal? ¿Un plato y un postre? Seguramente demasiado. Si normalmente es dificil organizar una comanda siendo dos comensales, siendo uno el panorama es desolador. Seguramente no tomarás postre, esa prolongación pensada para conversaciones inacabadas. ¿Café? ¿Por qué no? Pero descafeinado, por favor, que hoy duermo solo y sólo quiero dormir.
Está claro. Comer es un acto civilizado y, como tal, social. Y comer solo es la mayor negación de un acto social.
Escrito en la habitación de hotel de una ciudad de provincias, con los restos de 100 gramos de jamón ibérico Sánchez Romero Carvajal cortado a cuchillo (y demasiado salado, aún a 124,90 euros el puto kilo) y 150 gramos de queso viejo de zamora (cojonudo). En la botella, aún queda la mitad de un estupendo San Román 2001 con una estupenda fruta negra sepultada en toneladas de madera. Ah, sí, no les quedaba pan. Sigh.
pisto.
Pues todo va en gustos, amigo Pisto. Yo, en los últimos quince o veinte años habré cenado y/o comido sólo unas 500 o 600 veces, en restaurantes de media Europa (1). Y siempre he disfrutado. Una vez dejados al margen los pudores, cenar sólo permite concentrarse exclusivamente en la comida y en la bebida. Y si disfrutas con la comida y la bebida y éstas son excelentes, el comer o cenar sólo se convierte en una gran experiencia. No social, evidentemente, sino puramente gastro-enológica. Y desde esa perspectiva, recuerdo algunas cenas memorables.
Y nunca he tenido problemas para trajinarme una entrada, un plato principal y un postre. O un menú mas largo, si fuera el caso. Lo único que puede ser problemático es la cosa del vino. Una botella puede ser mucho, o puede no serlo pero en todo caso impide la variación. Especialmente en España, que (nunca he entendido porqué) es tan alérgica a las medias botellas. En Europa, con medias botellas y vinos por copas incluso eso se soluciona.
En fin, que como ves, hay gente pa to
(1) Eso sin contar el ligero almuerzo laborable de diario, que también suele ser sólo y que vivo mas bien como un rato de relax físico y mental…
Entiendo perfectamente lo que me dices. Seguramente para quienes están habituados a la situación, es algo cotidiano y disfrutable. Y, seguramente porque yo no estoy habituado, me encuentro irremediablemente incómodo y me encuentro irremisiblemente perdido en el juego de las miradas perdidas y huidizas, además de no disfrutar de la comida.
Lo más curioso es que, en ocasiones, el acto social que es la comida te impide centrarte en el disfrute del plato. Algo que ocurre con mucha frecuencia en esas comidas de trabajo en las que casi nunca se trabaja y tampoco se aprecia la comida.
pisto.