Un vino suavecito

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El suplemento dominical del Grupo La Vanguardia incluía ayer (domingo 13 de noviembre de 2005) un reportaje con algunos de los principales sumilleres de nuestro país. Entre ellos, el de la siempre sonriente Maria José Huertas, que trabaja para La Terraza del Casino en la c/Alcalá, (Madrid).

En la breve entrevista que le hacen, Maria José hace referencia a ese sexto sentido tan importante en un sumiller (o en cualquier profesional que trabaja cara al público, diría yo). Y lo ilustra con un ejemplo. Cuando me piden un vino suavecito -dice Maria José- yo sé que me están pidiendo un vino no demasiado caro, porque podría servirles un vino de Borgoña, que son muy suaves pero están entre los vinos más caros del mundo.

Reflexionando sobre el comentario, he estado pensando en cómo ha cambiado el panorama vinícola español en la última década. Con la llegada de la gran añada 1994, apareció una pléyade de vinos cada vez más densos, más intensos, con más extracto y mucho más tánicos que venían a complementar en unos casos y sustituir en otros a los vinos de carácter tradicional, normalmente mucho más pulidos.

A lo largo de esta última década hemos visto surgir en las estanterías de las tiendas y en las cartas de vinos de los restaurantes, una ristra de vinos cortados por ese mismo patrón del vino opaco y sobre-extraído, con mucho de todo. Y quizá el mercado se ha cansado. Las botellas languidecen en los lineales, hemos visto vinos de 40 y 50 euros en las grandes superficies, cubiertos de polvo y sufriendo en condiciones de conservación menos que ideales. Y hemos visto cómo los vinos de este perfil no salen a las mesas de los restaurantes, porque con el tirón de la añada 94 y el nuevo perfil de vinos vino incorporado un nuevo perfil de precio, mucho más elevado.

Quizá tras el comentario de Maria José Huertas, además de esa complicidad en el lenguaje (o de ese eufemismo del vino «suavecito»), exista además una preferencia del consumidor por volver a los vinos que no te anestesian las encías, que se cargan cualquier plato por su elevadísima acidez, su desmedida maderez (que no madurez) y su fruta en licor.

Quizá ha llegado el momento de los buenos vinos que acompañan una comida, que saben y huelen a la zona de la que provienen en vez de a la procedencia de la madera usada por el maestro tonelero y que, en definitiva, son un elemento de realce de una comida y no un fin en sí mismos.

pisto

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