Tribulaciones por Burdeos… (2)

Día Dos: Lafite. La primera, en la frente. Bajo a desayunar y al servirme el café, lo tiro por el mantel. La madame no protestó porque todavía estaba frotándose las manos pensando en el pastón que le estábamos dejando. El desayuno no estaba mal, con un croissant de verdad, baguettes, mantequilla y mermelada. Nada para soñar, tampoco, pero al menos no estaba mal. El café estaba incluso bueno, mejor que el café de los hoteles españoles. ¿Por qué será tan malo el café del desayuno en los hoteles de cuatro estrellas en España? Se le quitan a uno las ganas de tomar café. Algunos incluso se pasan directamente al té cuando pernoctan fuera de casa. La madame nos pregunta por los planes que tenemos para el día y nos da un pequeño mapa de carreteras del Medoc, en el que nos indica las diferentes propiedades a visitar.

Terminados de desayunar, nos ponemos en marcha hacia Lafite. A Ricard (el tercer viajero), uno de los inquilinos que estaban desayunando le empieza a interrogar en francés, creemos que sobre la posibilidad de acoplarse a nosotros e ir a soplar vino caro de gorra. Ricard hace gala de una diplomacia ganada a pulso en múltiples peleas en el pueblo y se deshace de él con un Je ne compri pas.

Nos ponemos en marcha. Se hace muy raro eso de marchar a uno de los templos del vino mundial a una hora tan intempestiva como las nueve de la mañana. Pero, al fin y a la postre, eso es lo que tocaba y allí llegamos con casi veinte minutos de adelanto.

El frío en los viñedos de Lafite a las nueve de la mañana de un día cualquiera de febrero es de esos que te ponen de punta los pelos de los huevos. Por allí, a aquella hora tan temprana, estaban trabajando en el viñedo, en plena faena de poda. Cepas bajísimas, con dos brazos a apenas treinta centímetros del suelo, y con espalderas firmemente colocadas en todas las direcciones. El suelo, lleno de gravas en diferentes tonos de gris, hace unos surcos bastante profundos entre las filas de espalderas.

Nos vamos hacia la bodega y allí nos encontramos con el cuarto protagonista del relato. Mademoiselle Martine es una femme que trabajó en nuestro país durante un periodo de prácticas y donde, como no podía ser de otra forma, terminó engatusando a Gastón para que la dejara acompañarlo a las visitas planificadas. Lo mejor de todo es que su papel, en teoría de traductora, devino en el mucho más socorrido de entretenedora de guías. A todo esto, por supuesto, Gastón I el Inteligente había pedido que las visitas fueran en francés, cuando ninguno de nosotros –salvo Mademoiselle Martine, claro- entendía ni una puta palabra del idioma. Es lo que pasa, como dije antes, cuando dejas la intendencia en según que manos.

Nos recibe el director técnico de Lafite Rothschild, que nos explica sobre un plano en la pared la estructura de las propiedades del Chateau, una de cuyas fincas está, por cierto, en la colindante Saint Estephe. De la pared con el plano nos vamos a la sala de cubas, de madera con capacidad para ciento cuarenta hectolitros para la fermentación alcohólica y de acero inoxidable y doscientos hectolitros para la maloláctica. La sala de cubas de madera, considerablemente viejas, no da precisamente la impresión de que te encuentras en uno de los templos del vino.

Cuando entras en la sala de barricas, diseñada por Ricardo Bofill padre, la impresión se refuerza pues te das cuenta de que sale mucho mejor en las fotos que lo que es en realidad. No me atrevo a decir que esté sucia, pero realmente tiene un aspecto bastante gocho. El aficionado a los vinos tiende a olvidar que una bodega es esencialmente un lugar de trabajo, y que incluso los más grandes vinos del mundo necesitan que se trabaje sobre ellos trasegando, azufrando y limpiando las barricas, aunque el precio final de una botella supere los doscientos euros en la tienda. Es un detalle conocido, pero no por ello vamos a dejar de reseñarlo: la sala de barricas de Lafite es circular, y las barricas se alinean en círculos concéntricos y a diferentes alturas, más próximas al suelo en la zona central –donde se trabaja- que en el exterior.

Algunos de los detalles son realmente jugosos. En Lafite Rothschild clarifican el vino con claras de huevos orgánicos a cuarenta céntimos de euro la unidad de los que usan cuatro para clarificar cada barrica. Tengo que acordarme de contarle esto a un amigo que tiene calculado el coste de elaborar una botella de vino para esgrimir que hay mucha desfachatez en el mundo del vino, sobre todo en el apartado del precio.

En el centro de la sala de barricas nos esperan tres botellas ya abiertas y unos catavinos. Nos ofrece primero una prueba del segundo vino.

Les Carruades de Lafite Rothschild 2002 resulta ser un vino accesible, rojo picota con ribete morado. O al menos eso parecía en la semi-penumbra de la bodega. Nos están ofreciendo una muestra de barrica sin clarificar, en un vino que se muestra equilibrado, con una cierta nariz animal, con buena acidez en boca ligeramente desequilibrada. El vino viene a costar unos cincuenta euros.

Chateau Lafite Rothschild 2002 es harina de otro costal, sin lugar a dudas. Rojo picota prácticamente opaco y ribete morado, se muestra inicialmente muy hermético, con notas de cedro y de cassis, y se abre a especias dulces como vainilla y canela. Tiene una boca sedosa y buena acidez. No me enamoró, sin embargo.

Como contrapunto a un vino reciente probamos a continuación un Chateau Lafite Rothschild 1993, de color rojo cereza y capa media, una nariz inicial espantosa a espárragos de lata que se abre a cueros, notas vegetales como hoja de tomate, geranio y pimiento verde que podrían llevar al suicidio al pobre comprador de una botella por ciento cincuenta o más euros.

Para finalizar la visita, nos acercamos a ver la cava privada del Chateau, en la que se guardan celosamente ochenta mil botellas, siendo la más antigua de 1797. Al fin y al cabo, la cava no te la dejan ver más que a través de una verja.

Son sólo las diez de la mañana, ya hemos probado tres vinos y, decidimos darnos una vuelta por los exteriores de la bodega, en la que no hay nada demasiado magnífico. Al menos el sol brillaba y calentaba un poquito. Las bodegas, como pudimos comprobar a lo largo de las diferentes visitas, son bastante frías.

Es el momento de tomar el coche y dirigirnos a Chateau Latour (… continuará.)

pisto.
INDICE DE CAPITULOS:
Capítulo 1: El viaje
Capítulo 2: Lafite Rothschild
Capítulo 3: Chateau Latour
Capítulo 4: Mouton Rothschild
Capítulo 5: Cos d’Estournel
Capítulo 6: Leoville Barton
Capítulo 7: Chateau Margaux
Capítulo 8: Chateau Cheval Blanc
Capítulo 9: La Conseillante

9 comentarios

  1. pisto

    Verás, es que cuando estábamos visitando la bodega, nos llamó la atención que nos dijeran cuánto costaba cada huevo. Como tengo un amigo que es un gran defensor de los vinos de buen precio y no comulga ni con vinos a 50 euros ni con ruedas de molino, pues ahora le puedo decir que, en sus cálculos del coste de producción de una botella tiene que incluir el 1,60 euros por cada 300 litros de vino de la barrica bordelesa.

    pisto.

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